El 11 de diciembre, el Programa Académico de Bachillerato (PAB) de la Universidad de Chile participó en el Segundo Encuentro de Buenas Prácticas en Atención a la Discapacidad, organizado por el Núcleo de Investigación Transdisciplinar en Inclusión Universitaria y Discapacidad de la Universidad de Chile y la Oficina de Equidad e Inclusión, que se realizó en la Facultad de Ciencias Sociales. En él, Ana Moraga, Cristian Ferreira y Julio Mella expusieron sobre el modelo de apoyo a la diversidad funcional y acompañamiento estudiantil que se implementa en Bachillerato.
En línea con los principios de la Ley de Inclusión, la Universidad de Chile, en su calidad de institución de educación superior pública, asumió el compromiso de diseñar estrategias que impulsen la equidad e inclusión y reconoció la necesidad de realizar un cambio estructural progresivo en toda su comunidad universitaria.
Para la consecución de ese objetivo, el Programa efectuó una serie de acciones para articular procesos y generar mecanismos que propendieran a un tránsito académico exitoso para las y los estudiantes, con especial atención a quienes ingresan por vías especiales, lo que incluye a estudiantes en situación de discapacidad y capacidades diversas.
«Lo que hicimos fue sistematizar lo que estábamos haciendo y definimos flujos. Al hacer este ejercicio construimos un modelo sostenible en el tiempo porque nos permite visualizar cómo se transmite la información de un estudiante desde que entra al sistema universitario, lo que declara al momento de matricularse, los puntajes, entre otros datos; y cómo transita cuando ya está acá, en cuanto a rendimiento académico, convivencia y experiencias propias de la vida universitaria», explica Ana Moraga de la Unidad de Investigación en Educación de Bachillerato.
Dada la naturaleza del PAB, que se caracteriza por una carga y exigencia académica elevada, el equipo de diversidad funcional optó la perspectiva multidisciplinaria y articuló un trabajo conjunto entre la Unidad de Orientación, Consejería y Apoyo académico (OCA) y la unidad de acompañamiento docente, la Unidad de Investigación en Educación (UNIEB).
El proceso tiene una serie de etapas clave. «El primer paso es detectar a los y las estudiantes que necesitan apoyo«, cuenta Cristian Ferreira, psicólogo del Programa. «Esto contempla dos momentos: el primero, consultar el informe de proceso de matrícula de nivel central; y el segundo, pesquisar lo que ocurre en el Programa durante los primeros meses, a través de lo que indican los profesores, las trabajadoras sociales y Secretaría de Estudios», detalla.
Luego, viene el proceso de levantamiento de necesidades. «Esto implica hacer cruces de información, realizar entrevistas con las y los estudiantes y recopilar antecedentes académicos y médicos, si es necesario. El objetivo es determinar si se requieren adaptaciones curriculares en algunas asignaturas o de acompañamiento académico o de otro tipo», explica Cristian.
El siguiente paso es comunicarse con los coordinadores de asignatura y las y los profesores de los cursos. «Este momento es muy importante porque no todos saben o tienen claro cómo deben proceder cuando tienen estudiantes con capacidades diversas en la sala de clases. Muchos desconocen cómo se debe evaluar o cómo se debe exponer el contenido de la asignatura ante algún caso específico. Todavía hay quienes creen, por ejemplo, que hacer una adecuación curricular implica bajar el nivel, lo que no es verdad», dice Ana Moraga. «Entonces, hay que conversar y llegar a acuerdos para encontrar la mejor estrategia para que a todos las y los estudiantes les vaya bien, entiendo siempre que todos tienen capacidades y diferentes maneras de aprender», enfatiza.
La última etapa es la adaptación de las estrategias de acompañamiento, que consiste en la revisión continua de calificaciones y entrevistas periódicas con las y los estudiantes. «Nos contactamos con ellos a medida que transcurre el semestre y los convocamos a reuniones cada diez o quince días, dependiendo de sus necesidades. Como son pocos estudiantes, hacemos un monitoreo bien cercano por teléfono, WhatsApp o correo, como lo hayamos acordado», explica Ana. «Esta cercanía nos permite aprender constantemente, detectar barreras, buscar soluciones. Conocer desde una perspectiva más integral a nuestros estudiantes, su día a día, y aportar con algo concreto a construir una comunidad educativa más equitativa», afirma.